Freud
define dos tipos de miedos, uno el miedo real frente a una situación de peligro
externo, el sujeto experimenta angustia, pánico o terror. El otro miedo es el
miedo neurótico, donde no hay peligro externo y el sujeto vive con la sensación
más o menos permanente de angustia, frente a un sentimiento interno siniestro,
que algo va a suceder. Las causas del miedo neurótico deben ser pensadas desde
la relación del sujeto con sus procesos inconscientes. La conciencia- mero
órgano perceptivo de la realidad externa e interna- tiende a racionalizar los
cambios y a procesarlos desde lo conocido. Frente a la realidad la tendencia
humana es a mantenerse en un estado de confort, para evitar el estado de
displacer que generan las posibilidades de cambio. Sucede a veces que las
opciones de confort terminan produciendo más malestar que bienestar en el
sentido que no hay en la vida, situación permanente de estabilidad posible. La
negación frente a una realidad cambiante puede provocar distorsiones en el
“supuesto equilibrio personal”. Sería lo mismo decir que cuando no se tolera un
cierto grado de incertidumbre o de displacer, la vivencia de vivir provoca el
estado de miedo o de angustia. Frente a la realidad la reacción del sujeto
puede ser vivida como un estado de catástrofe, pérdida de control, alteración
de un equilibrio vivencia y habría que leerlo como resistencias al cambio
frente a una realidad que nos guía hacia cambios, modificaciones. El miedo
siempre es defensivo. El miedo busca la huida, la negación, el refugio en unos
mismo, en la razón. Digamos que la defensa del miedo es frente a cambios
éticos, en el sentido que todo cambio produce cambios en las relaciones de
pareja, familiares o sociales, sabiendo que los cambios a veces no son bien
visto por la ideología o moral familiar, social o personal. Las nociones de
bien y mal, bueno o malo, se ponen en cuestión frente a los cambios. Son esas
veces donde uno se da cuenta que el cambio le hace bien pero la crítica
familiar, de la pareja o de la propia sociedad le hacen pensar, dudar o temer.
El miedo siempre es represivo, hace al sujeto retraerse, dudar, no avanzar.
Siendo así, el miedo tiene la categoría de ser ideológico ya que se sostiene en
la forma de pensar y se vive como se piensa, de ahí que un cambio de pensamiento
produce otras formas de vivir. Esta categoría de miedo neurótico produce
inseguridad en la persona, sabiendo que la seguridad y la inseguridad dependen
de la carencia de instrumentos psíquicos para abordar los cambios. El
psicoanálisis como método de trabajo para autoconocerse añade al sujeto la
posibilidad de incorporar otra ética más allá de la moral cultural o familiar
que ante el cambio, la persona puede experimentar un penoso sentimiento de
culpa. Cierto es que la culpa ejerce una labor represiva sobre la persona y
aplaca su afán de cambios y su deseo de transformarse, pero a la larga, toda
actitud represiva acaba generando subversión y agresividad contra aquello que
le hizo al sujeto reprimir su afán de cambio o crecimiento. Cuando la pareja,
la familia, el trabajo reprime al sujeto su deseo de cambio, termina
produciendo agresividad. Muchos conflictos de pareja, familiares o laborales tienen
sus motivos en la agresividad que provocó la represión al cambio motivada por
un miedo ideológico. ¿Es miedo o aceptada resignación?
lunes, 24 de marzo de 2014
martes, 18 de marzo de 2014
lunes, 10 de marzo de 2014
HERRAMIENTAS PARA SER FELIZ. El triunfo de un fracaso.
El método psicoanalítico viene a mostrar que toda
acción, toda consecución, todo no logro está determinado por la estructura de
nuestros deseos inconscientes. Esto quiere decir que lo que para la conciencia
puede no tener sentido, si lo tiene para nuestro inconsciente. ¿Existe el
fracaso?. Para la conciencia si, pero no para el inconsciente. Toda acción,
todo acto, toda consecución humana siempre se lleva a cabo para algo o para
alguien. Fuera de esto, no hay realización ni acto humano, lo que viene a decir
que nuestras acciones están determinadas desde de la estructura de nuestros
deseos inconscientes. La palabra fracaso debe ser tomada como un trabajo
finalizado y con el método psicoanalítico podemos ir reconstruyendo los
elementos que se hizo y las herramientas que se pusieron a favor de la
construcción de dicho trabajo finalizado. Freud nos dice que desde el sueño
relatado- materia prima con la cual trabaja el psicoanalista- reconstruyo con
los instrumentos teóricos del psicoanálisis,
el deseo inconsciente que para satisfacerse, dio lugar a la aparición
del sueño soñado y del sueño relatado, deseo inconsciente que aparece
deformado, desplazado y condensado y que sin los instrumentos teóricos del
psicoanálisis, haríamos una lectura ingenua del sueño pero no psicoanalítica.
Si esto lo llevamos a un hecho acontecido en nuestra vida, donde consideramos que hemos fracasado,
nuestra materia prima sería “el fracaso contado” y con los instrumentos de
lecturas del psicoanálisis, somos capaces de llegar al deseo inconsciente que
se ha satisfecho en dicho fracaso. El fracaso suele venir con tarjeta de
presentación, es decir, viene dedicado a alguien. Y si no, se fracasa para
algo. Fracasar para alguien también es una manifestación latente de un deseo
sádico contra alguien. Los fracasos puede ser para la mama, el papa, la novia,
el novio, el hermano, el amigo. Por regla general, los fracasos se los
dedicamos inconscientemente a los seres queridos. En un segundo lugar cuando no
es así, el fracaso lo dedicamos a nosotros mismos, es decir, a nuestros deseos
masoquistas, donde la persona, cuando su intolerancia al triunfo está tocada
por cuestiones morales o religiosas, el fracaso es alimento para una tendencia masoquista
redentora. Se fracasa también para calmar el espíritu, para calmar la culpa. No
se puede por tanto entender el fracaso sin tener en cuenta la existencia de
nuestros deseos sádicos y masoquistas. De manera que analizado así, el fracaso
siempre es el triunfo de nuestros deseos sádicos y masoquistas.
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jueves, 6 de marzo de 2014
domingo, 2 de marzo de 2014
HERRAMIENTAS PARA SER MAS FELIZ. EL AUTOENGAÑO
Está demostrado que la mejoría de las personas que
acuden a hacer psicoanálisis mejoran espectacularmente todos los aspectos de su
vida gracias al autoconocimiento de sus procesos internos. El método
psicoanalítico a la vez que produce autoconocimiento, produce
autotransformación. Lo cual quiere decir que ser atravesado por la experiencia
de llevar a cabo un psicoanálisis supone construir nuevas estructuras anexas a
las ya existentes. Si realmente es así de efectiva la terapia del
psicoanálisis, todas las personas que quisieran mejorar su calidad de vida
deberían acceder a este tipo de terapia. Sin embargo, nos encontramos con
obstáculos al conocimiento producidos desde las propias estructuras narcisistas
de la personalidad. No es fácil dejarse enseñar, educar, modificar hábitos,
costumbres y formas de pensar que nos han acompañado durante muchos años de
nuestra vida. Modificar la forma de pensar supone entrar en una encrucijada de
la cual sólo es posible salir volviendo a negar, es decir, si entramos en el concepto
de negación, nuestro propio yo se opone al cambio ya que modificar los hábitos
de nuestra vida nos lleva a replantearnos nuestras relaciones, nuestros amores
y nuestra economía. Pensamos sobre bases ideológicas familiares y sociales muy
determinadas. Las relaciones de pareja, el amor y hasta el modo de producir el
dinero tiene una base ideológica que nos ha sido transmitido. Crear una forma
nueva de pensar, nos llevaría a abandonar antiguas formas de pensamiento.
¿Quién está dispuesto a hacerlo? Solo aquel que toma conciencia del tiempo de
su vida. El ser humano vive de manera atemporal, tiene la capacidad de
autoengañarse, de no querer ver más allá de su límite temporal. Este autoengaño
es con el que nos encontramos en muchas de las personas que aun sabiendo que se
encuentran mal prefieren mantenerse en dicho malestar a modificar su forma de
pensar porque tendría que cambiar aspectos de su realidad. El bienestar y el
malestar son dos conceptos fundamentales en psicoanálisis que guardan relación
con la quietud o la inquietud. Para cambiar hay que tener la inquietud de
querer cambiar. Aquellos que no lo hacen aun sabiendo que pueden hacerlo suelen
tener una especie de melancolía al cambio que les hace conformarse con lo que
no tienen, viviendo limitados, resignados a su manera de ser y de vivir.
Posibilidades las hay para todo el mundo. El cambio sólo puede acontecer
con un trabajo y atravesando un estado
de malestar que puede llegar a hacerse doloroso. Hay personas que sienten dolor
cuando descubren como son. Reconocen que todos sus males están determinados
desde su forma de ser o haber sido. Esta herida que se produce cuando nos
conocemos, puede llegar a ser dolorosa. ¿Pero no sería mejor pasar por un
momento de malestar que estar toda la vida negando y autoengañándonos? La
verdad, tarde o temprano acaba dando su cara. Podemos lanzar balones fuera,
negar, engañarnos, culpar a los otros pero ¿hasta cuando? El narcisismo, cuando
es infantil es un obstáculo al cambio, al crecimiento. Nadie tiene la verdad,
nadie tiene todo el conocimiento de sí mismo. Nacemos sobre una ideología que
limita nuestra forma de vivir. El miedo, la angustia son limitantes, hacen que
la persona tenga miedos imaginarios, a lo que no pasó pero viviendo como si
fuera a pasar. Todo esto, son obstáculos al cambio. Deberíamos por lo tanto, en
primer lugar, dudar de nosotros mismos y muchos más, de nuestra forma de pensar
y de sentir. Si no nos va bien, mejor pensar qué tengo que ver, en lo que me
sucede.
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