No es fácil entender que nuestra vida y
sus destinos guarda relación con el deseo de vivir. Desde que nacemos hasta que
morimos, en este trayecto, hay una estructura que es la que determina el modo
en que vivimos y el modo en que vamos a morir. La permanencia en la vida tiene
relación con el deseo de permanecer en ella. Son infinitos los ejemplos donde
descubrimos que la falta de interés por vivir hace que una vida se acorte, bien
por enfermedad física o por un accidente en la realidad. Cuando la vida se vive
con templanza y orden, la posibilidades de vivir más tiempo se agrandan. Desde
el momento de nacer, ya estamos muriendo. Y ese recorrido puede ser mayor o
menor dependiendo de un equilibrio entre los instintos de vida y los instintos de muerte. Claro que debemos
hablar también de un deseo por vivir y a la vez un deseo por morir. Del
equilibrio entre ambos deseos la vida puede prolongarse o acortarse.
La muerte es algo que ya tenemos
garantizado desde el momento que nacemos pero la vida es una construcción de
nuestros deseos, de nuestra capacidad de trabajo, de nuestros pactos e
interaciones con otras relaciones humanas.
Numerosos estudios llevados a cabo por la Escuela de Psicoanálisis Grupo Cero
sobre casi cinco mil personas, confirman que las parejas solitarias, personas
que buscan la soledad, empresarios con dificultades de socialización, fracasan
mucho antes que las personas que establecen fuertes pactos sociales con otras
personas.
Es decir, algo de nosotros mismos se
opone a nuestros deseos de vivir. La pulsión de muerte, existente en toda
persona, es silenciosa. Son deseos inconscientes de morir o precipitarse antes
al abismo de la oscuridad que anidan dentro de nosotros y su presencia se puede
descubrir por una serie de alertas: deseo de soledad, no compartir la vida con
nadie o casi nadie, falta de ambiciones, falta de alegría, atentados contra la
salud física, apatía, desinterés por las cosas mundanas, enfrentamientos con
las personas, rechazo o asco por el mundo, pelea con uno mismo, falta de
comodidad consigo mismo. Estos y otros síntomas parecidos, son indicativos de
una pulsión de muerte silenciosa que ya está invadiendo la vida de la persona.
Sobre esta pulsión, el psicoanálisis
puede intervenir haciendo ver al sujeto que su vida está siendo dirigida por
instintos destructivos en vez de constructivos. Cuando no se escuchan estas
alertas lo normal es la aparición de enfermedades cuando no mentales, físicas.
Sucede entonces que la persona enferma o fallece “repentinamente”. Sin embargo,
desde el psicoanálisis podemos reconstruir que esta persona estuvo construyendo
de manera inconsciente su enfermedad o su futura muerte desde largo tiempo atrás.
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