El primer maltrato surge de la ambivalencia infantil que se produce en el desarrollo de la estructura edípica. Negar la existencia de dicha estructura es caer en el abismo oscuro de la falta de entendimiento del origen de la agresividad primigenia en el niño y en la niña. La estructura edípica (madre-niño-padre) es una estructura a tres y es necesario que se constituya para que se funde en el niño lo humano. La primera relación es con la madre. Eje fundamental sobre el cual se sustenta el desarrollo psicosexual y emocional del niño y de la niña. Es una relación imborrable cuya huella perdura para siempre a nivel inconsciente y así mismo es fuente de identificación y constitución de nuestro “yo”. La madre perdura en nosotros como gesto, como celos, como palabra, como imagen, como amor, como odio y como deseo.
El concepto de posesión tiene su génesis en dicha relación. De hecho, la aparición de hermanos, la puesta en acto de la figura del padre, frente al niño, inaugura el sentimiento de los celos, basado en la percepción de sentirse abandonado, eje fulgurante del desarrollo de la agresividad y del odio. El niño, odia todo aquello externo a él que altera su bienestar. Egoísmo constitutivo que debe ser regulado a través de la privación. La demanda del niño es absoluta, igual que la del adulto en pareja. El niño no tiene límites en su demandar y todo en él es “yocracia o yoísmo” No le importan los otros y solo tiene interés por sí mismo, por su propio bienestar, por su propio disfrute. En el desarrollo de la ambivalencia afectiva, el ser humano desarrolla primero el odio sobre la base de los celos. Ante la pérdida de la situación de privilegio narcisista o egoísta que tiene con la madre, se inaugura en él, el sentimiento de odio y agresividad contra todo aquello externo a él que le hizo perder su situación de privilegio. Podemos decir que una madre, un padre que no regulan o no saben regular las demanda de su hijo, la falta del “NO”, los límites, el castigo, la puntuación, dejan abierto el recuerdo histórico de una primera experiencia de displacer mal regulada.
Dentro de la psicología del maltrato, observamos una estructura madre hijo que guarda relación íntima con la frustración, la privación y la agresividad provocada por los celos.
En el maltrato, hay una secuencia de continuidad y una falta de límites. Ante el desarrollo de posesión provocado por los celos, ya surge la tendencia agresiva y el odio provocado por el recuerdo imaginario de la estructura edipica. Ella o él siente celos de terceros. El desencadenamiento de dicho sentimiento, inaugura la primera manifestación agresiva ante la cual el celado es maltratado o agredido y lejos de poner límites a la situación, trata de evitar situaciones celosas, la mayoría imaginarias, para calmar al celoso. Este común error, hace creer al maltratador que el maltratado es de su posesión. De ahí, se recuerda inconscientemente el sentimiento de posesión que el niño egoísta tuvo hacia la figura materna y la ambivalencia amor odio que sintió hacia ella cuando descubrió que no era por entero de su propiedad. En el maltrato se repite lo que no se recuerda o lo que quedó como huella de recuerdo. El maltrato es la puesta en escena de una vivencia infantil no olvidada y deficientemente elaborada. El maltratador llega al asesinato como medio de calmar los celos pues no tolera que pueda ser abandonado u otro le quite su lugar frente a la persona que cree de su posesión. Mata, asesina por creer que tiene posesión sobre la persona que cela. Decimos que llegados a este punto, los celos han evolucionado de ser celos normales a ser celos paranoides, patológicos. La falta de intervención sobre una actitud agresiva inicial de unos celos normales es la base sobre la que se desarrollan unos celos paranoides patológicos que llevan a agresividad máxima que es la destrucción del otro (continuará)