domingo, 25 de agosto de 2019

PSICOLOGIA DEL MALTRATO (2)

El primer maltrato surge de la ambivalencia infantil que se produce en el desarrollo de la estructura edípica. Negar la existencia de dicha estructura es caer en el abismo oscuro de la falta de entendimiento del origen de la agresividad primigenia en el niño y en la niña. La estructura edípica (madre-niño-padre) es una estructura a tres y es necesario que se constituya para que se funde en el niño lo humano. La primera relación es con la madre. Eje fundamental sobre el cual se sustenta el desarrollo psicosexual y emocional del niño y de la niña. Es una relación imborrable cuya huella perdura para siempre a nivel inconsciente y así mismo es fuente de identificación y constitución de nuestro “yo”. La madre perdura en nosotros como gesto, como celos, como palabra, como imagen, como amor, como odio y como deseo. 
El concepto de posesión tiene su génesis en dicha relación. De hecho, la aparición de hermanos, la puesta en acto de la figura del padre, frente al niño, inaugura el sentimiento de los celos, basado en la percepción de sentirse abandonado, eje fulgurante del desarrollo de la agresividad y del odio. El niño, odia todo aquello externo a él que altera su bienestar. Egoísmo constitutivo que debe ser regulado a través de la privación. La demanda del niño es absoluta, igual que la del adulto en pareja. El niño no tiene límites en su demandar y todo en él es “yocracia o yoísmo” No le importan los otros y solo tiene interés por sí mismo, por su propio bienestar, por su propio disfrute. En el desarrollo de la ambivalencia afectiva, el ser humano desarrolla primero el odio sobre la base de los celos. Ante la pérdida de la situación de privilegio narcisista o egoísta que tiene con la madre, se inaugura en él, el sentimiento de odio y agresividad contra todo aquello externo a él que le hizo perder su situación de privilegio. Podemos decir que una madre, un padre que no regulan o no saben regular las demanda de su hijo, la falta del “NO”, los límites, el castigo, la puntuación, dejan abierto el recuerdo histórico de una primera experiencia de displacer mal regulada. 
Dentro de la psicología del maltrato, observamos una estructura madre hijo que guarda relación íntima con la frustración, la privación y la agresividad provocada por los celos. 
En el maltrato, hay una secuencia de continuidad y una falta de límites. Ante el desarrollo de posesión provocado por los celos, ya surge la tendencia agresiva y el odio provocado por el recuerdo imaginario de la estructura edipica. Ella o él siente celos de terceros. El desencadenamiento de dicho sentimiento, inaugura la primera manifestación agresiva ante la cual el celado es maltratado o agredido y lejos de poner límites a la situación, trata de evitar situaciones celosas, la mayoría imaginarias, para calmar al celoso. Este común error, hace creer al maltratador que el maltratado es de su posesión. De ahí, se recuerda inconscientemente el sentimiento de posesión que el niño egoísta tuvo hacia la figura materna y la ambivalencia amor odio que sintió hacia ella cuando descubrió que no era por entero de su propiedad. En el maltrato se repite lo que no se recuerda o lo que quedó como huella de recuerdo. El maltrato es la puesta en escena de una vivencia infantil no olvidada y deficientemente elaborada. El maltratador llega al asesinato como medio de calmar los celos pues no tolera que pueda ser abandonado u otro le quite su lugar frente a la persona que cree de su posesión. Mata, asesina por creer que tiene posesión sobre la persona que cela. Decimos que llegados a este punto, los celos han evolucionado de ser celos normales a ser celos paranoides, patológicos. La falta de intervención sobre una actitud agresiva inicial de unos celos normales es la base sobre la que se desarrollan unos celos paranoides patológicos que llevan a agresividad máxima que es la destrucción del otro (continuará)

lunes, 19 de agosto de 2019

¿Se puede modificar la manera de pensar? Aproximación a un estudio de inteligencia lingüística.


Nuestra psiquis es una estructura de lenguaje, es decir, una suma, una inter interrelación de cadenas de significantes (palabras) cuyos significados están determinados desde lo real, lo simbólico  y lo imaginario. Ejemplo. “Yo tengo una familia”. La frase condensa una estructura psíquica: padre, madre, hermanos, tios, abuelos. Simbólicamente puede representar para mi la estabilidad, para otras personas la inestabilidad. Imaginariamente condensa la ambivalencia de las emociones. “Yo tengo una familia. Mi madre me quiso menos que a mi hermano. Siempre quise a mi padre. Mis hermanos me odiaban”, etc. En lo real inconsciente: el termino familia condensa el amor, el deseo, los instintos y la la ideología. 
Estamos hechos de frases, y las frases determinan nuestra manera de pensar, sentir y por lo tanto nuestra manera de vivir. Las combinaciones de palabras, que determinan las frases y las frases en su conjunto determinan conceptos que mayormente son ideológicos, es decir, la ideología viene desde lo social y desde lo familiar. Lo ideológico es cómo fueron, son y deben ser las cosas. Lo ideológico es un modelo de vida que viene asignado desde el exterior. Por lo tanto, determina nuestra manera de pensar, vivir, sentir. Es por así decirlo, el modo en que estamos programados y cómo esta programada la vida para todos. No solemos desarrollar pensamiento propios y pocas veces articulamos frases nuevas que nos sorprendan y que nos hagan vivir de manera distinta porque la ideología estructura el modo de vivir y supone un ahorro de energía, es decir, vivir como está diseñado por la ideología es dejarse llevar, simplemente. Podemos decir que las vidas ya están determinada a ser lo que la ideología ha designado en cada persona y difícilmente no se puede modificar la ideología, sin un gran trabajo previo, porque en sí misma es lo que conforma la personalidad. Sin embargo, ya que estamos hechos por una construcción de cadenas de significantes, se pueden asignar otros significados a las palabras si logramos sumar nuevas cadenas de significados. Por ejemplo, en el entendimiento de una ambivalencia afectiva, un afecto puede significar lo contrario.  
“Me trataron mal”. Esta frase, mantenida en el tiempo, puede cumplir la satisfacción de un deseo inconsciente: se tratado mal. Satisfacer una tendencia masoquista. Si la persona es capaz de reconocer que tras una frase, subyace un deseo o una emoción que la sustenta, puede añadir a ese significado otro significado. Sería como añadir un nuevo plugin al software (un programa pequeño que permite otras funciones, otras utilidades). Lo que suponía un pensamiento, tras su entendimiento, pasa a ser otro pero con características y efectos distintos sobre el modo de pensar del sujeto. Algo nuevo se construyó. No hizo falta borrar lo anterior, simplemente se duplicó la posibilidad de ser. El sujeto ahora dispone de dos modos de pensar, dos modos diferentes de reconocer la misma realidad. Una determinada por su propia ideología, otra determinada por un pensamiento que ha sido capaz de producir él a través de un trabajo (en este caso con la metodología psicoanalítica). La importancia de lo afectivo va ligado a una energía que la supone como emoción. La expresión de una emoción, es sinónimo de su descarga  y para ello, necesita ir ligada a  palabras, frases, significantes. Una misma frase, según la emoción con la que la expresemos, significa para el receptor y el emisor significaciones diferentes. Haciendo el trabajo de  identificar las cadenas de palabras, sentimientos, afectos, deseos a los que estamos determinados, conforman el carácter y no sólo el carácter sino la manera de vivir. (CONTINUARÁ) 

domingo, 4 de agosto de 2019

PSICOLOGÍA DEL MALTRATO

El acto final del maltrato, el golpe, la palabra agresora es el resultado de lo que en psicoanálisis denominamos construcción. Un maltrato, así como una separación, un divorcio, una vida feliz, también es una construcción de nosotros mismos.
El maltrato tiene un comienzo, un desarrollo y un final. No comienza nunca por el final, es decir, una suma de acontecimientos desde un inicio, pasando por un desarrollo, termina produciéndose el maltrato final. 
Hombres y mujeres, mujeres y hombres que padecen trastornos en la personalidad, terminan construyendo el maltrato por diferentes causas inconscientes.
¿Quiere decir que toda pareja que acaba en maltrato padece de algún tipo de trastorno o algún tipo de neurosis? La respuesta es afirmativa. Se van cediendo en las palabras y se termina cediendo en los actos. 
El maltrato tiene un claro origen en el llamado sentimiento de posesión del otro. Con asidua frecuencia, observamos en las parejas que ejercen el maltrato, que tiene una marcada tendencia al aislamiento y a la soledad. La causa mayormente suelen ser las conductas celosas en el hombre o en la mujer. Pero lo interesante es ver cómo ante el ejercicio de los celos, las parejas se aíslan para evitar la aparición de los mismos. Grave error, porque en vez de acudir a un especialista para tratar los celos, el aislamiento es la confirmación y así mismo un pacto de silencio sobre el llamado sentimiento de posesión. Una mujer que abandona sus relaciones para que su pareja no experimente celos, es colaboradora de la neurosis del hombre. Así mismo, todo hombre que ante los celos de una mujer, se aísla del mundo para ella no sienta celos, están colaborando a que ella siga siendo celosa pero en silencio. Este hecho, ya es el comienzo de hacer sentir al otro que es de su propiedad. El hecho de aislarse de los otros, hace que la pareja ejerza el derecho de propiedad sobre el otro. 
Los celos, si no se tratan, no desaparecen y cuanto más se reprimen, mas afloran a la conciencia. 
Pasemos ahora del aislamiento al primer gesto agresivo. Una discusión, un insulto, un empujón y un primer golpe. Arrepentimientos, perdón y promesas de no volver a suceder, pero sucede. Ocurre que ahora, la violencia se acrecentó, los insultos fueron mayores y quizás el golpe fue mayor. En esta fase, donde ya se comienza a desarrollar un acto de violencia, ¿porqué no se detiene? ¿Porque él o ella no corta, interrumpe, o busca ayuda? La respuesta posiblemente es que no lo necesitan y ellos pueden resolver su crisis o bien uno quiere hacer terapia pero el otro no quiere. ¿Por qué entonces, antes una situación donde uno de los dos se resiste a solucionarlo, la pareja continua? Aquí ya, se ha desarrollado una pareja con componentes sádicos y masoquistas. Uno agrede, el otro acepta. ¿Hasta cuando? Hasta un límite de tolerancia, porque una pareja, cuando pasa por un juzgado o por la consulta de un especialista, ya tienen un historial de haber construido en el tiempo una situación de maltratos. Tanto de él hacia ella como de ella hacia él. Siempre es algo mutuo y de no serlo, el que cede ante el insulto o ante la agresión, cede por algún motivo inconsciente que debe ser analizado. Las respuestas son variadas: porque le quiero, porque no quiero separarme, porque me da miedo. Pero ¿y si detrás de todas estas respuestas hubieran sentimientos inconscientes de culpabilidad, de arrepentimiento, debido a conflictos morales que lleva a construir dentro de la pareja un verdugo y una victima?
No es fácil admitir que es uno mismo, quien con el silencio, con la cesión, con la permisión contribuye a la creación de un maltrato. Lo cierto es que ciertos complejos psicológicos inconscientes, determinan nuestros actos y para agredir, siempre tiene que haber alguien que se deja y bien para dejarse agredir, siempre hay que tener a la otra parte que agreda. La psicología del maltrato, nos muestra que tanto los maltratadores, como los maltratados, padecen de una inmadurez sexual y emocional que determina la construcción y desarrollo del maltrato (continuará)