La pareja, como cualquier estructura
humana, atraviesa en sus inicios por un momento de enamoramiento, que permite
el acercamiento al otro para sentirlo como alguien conocido en el cual
depositamos nuestra confianza.
En esta fase inicial, idealizamos al
otro, es decir, resaltamos sus excelencias generalmente para producir una
hipervaloración y tener la sensación de que el otro viene a ser “lo que nos
falta”.
Esta sentimiento de “completud” que
produce el enamoramiento, permite crear un clima de confianza, donde la pareja,
baraja posibilidades futuras de planes, tanto en el plano de la convivencia
como en el de la reproducción.
El futuro inicial de toda pareja es la
reproducción, es decir, concebir una estructura familiar para el desarrollo y
permanencia de la especie. Somos especie, por lo tanto, la producción de una
estructura familiar es una de las primeras consecuencias a las cuales aspira
toda pareja.
Por norma general, la primera pareja
“seria” que tenemos, está dirigida a la reproducción de hijos manera
inconsciente, es decir, a la creación de una familia. Tanto es así que el 1
de cada 3 pareja, se separan tras la
llegada del primer o segundo hijo. La cordialidad necesaria para concebir un
hijo, da paso después a la aparición de muchas diferencias dentro de la pareja
que hacen que se separen.
Esta pareja, podemos decir que su única
función, fue la de tener hijos pero no ha constancia de que hubo pareja, ya que
cuando hablamos de pareja, hablamos de hombre y mujer y no tanto de padre y
madre, que ya hemos visto que para ser padres, no hace falta ni siquiera estar
en pareja.
Una vez que la estructura familiar se ha
producido, el paso a pareja tiene ciertos grados de dificultad porque las
diferencias en el carácter, la personalidad, restan mas que sumar y debería ser
lo contrario: cuanto mas diferentes son las personas, mas posibilidad de
intercambio. Sin embargo, buscamos que el otro se parezca a nosotros, que el
otro y yo parezcamos la misma persona. Semejante idea produce a la larga mas
discordias que beneficios, porque para que dos personas se parezcan, en algo
tienen que anularse a sí misma y esto, no siempre da buenos resultados.
Cuando hacemos al otro parecido a mí o
creemos que es parecido a mí, ocurre que en algo “desatendemos al otro”. Creer
que el otro es una parte mía o porque se parece, creerse que ya le pertenece,
hace que de manera inconscientes caigamos en el “abandono del otro” (
continuará)
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