Cuando buscamos una terapia, ¿ buscamos
un terapeuta que nos calme la ansiedad o un entendimiento y transformación de
aquello que no logramos comprender de nuestra mente.?
En “el mercado de la salud mental”, la
oferta es tan variada como la demanda. Podemos encontrarnos parejas que no
quieren solucionar sus dificultades porque supondría una transformación en su
forma de vivir, personas que se niegan a
abandonar su depresión, sus obsesiones, su angustia o ansiedad porque obtienen
un beneficio secundario a “su enfermedad”. Este tipo de personas, buscan
“parches” terapéuticos pero no soluciones reales, porque supondría modificar
aspectos tanto de su personalidad como de su manera de vivir. Y en este tipo de
búsqueda, hallan psiquiatras que les medican, psicólogos que les sugestionan su
“yo” pero nada que pueda modificar su
manera de pensar.
Sin embargo, nos encontramos con otro
tipo de personas que tras su depresión o profunda melancolía, quieren volver a
recuperar las ganas de disfrutar y vivir de nuevo. Obsesivos cuyas obsesiones y
rituales han empobrecido su vida hasta el punto de no poder hacer nada mas allá
de su ritual pero que quieren salir de la cárcel que ellos mismos se han
creado.
La enfermedad, los trastornos o
dificultades mentales, no dejan de ser mas que “una cárcel” creada por nuestro
“yo”. Y desde aquí podemos preguntarnos
para qué ha sido necesario recluirnos en una cárcel cuyos barrotes son la
manera de pensar o incluso las propias relaciones familiares, las que suponen
gruesos muros difíciles de atravesar.
Una cárcel cumple varias funciones. Por
un lado supone una medida disuasoria contra pensamientos contrarios a nuestra
voluntad. Solamente encerrados “en la cárcel de nuestro trastorno o problema
mental”, estamos a salvo de “nosotros mismos y de los otros”. Con esta metáfora
quiero explicar que un problema mental, sea de la índole que sea, supone una
coartación de la propia libertad. Una persona aquejada de depresión, angustia,
ansiedad, obsesiones, manía, fobias, etc, vive recluida en su enfermedad y por
lo tanto, alejada del mundo, de los otros. De esta manera, ella misma sabe que
poco se puede temer de alguien enfermo. Al contrario, una persona enferma, no
tiene fuerzas para nada. Vive solo “por y para mantener los barrotes de su
enfermedad”. Por lo otro lado, a la cárcel van todas la personas que han
cometido algún delito y en “la cárcel de la enfermedad mental” los delitos son
siempre más imaginarios que reales, es decir, somos capaces de sentir culpa y
de juzgarnos más bien por lo que pensamos y nos gustaría llevar a cabo que por
las acciones que realizamos.
Viéndolo así, nos planteamos el “tiempo
de condena”. ¿Hasta cuando nos toca seguir “encerrados”.? Y la respuesta desde
la persona es certera, hasta cumplir “la condena impuesta por el Juez que hay
dentro de ella”. Sin embargo, el psicoanálisis plantea una cuestión; si una
persona ha sido condenada a ser privada de su libertad, también se puede
“revisar su sentencia”. Quizás usted no es tan mala como creía o bien, su odio,
sus deseos reprimidos, contrarios a la moral o a la ideología de su familia la
han condenado de por vida. Antes de “acabar en la cárcel” qué mejor que revisar
su sentencia y quizás no necesite pagar un precio tan alto como es el precio de
su propia vida.
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