Cuando una persona ha perdido a su marido, esposa, madre, padre o hermano, sucede con frecuencia que caen presos
de penosas dudas, a las que calificamos de reproches obsesivos y se preguntan
si no habrán contribuido por alguna negligencia o imprudencia a la muerte de la
persona amada. Ni el recuerdo de haber asistido al enfermo con la mayor solicitud
ni los argumentos objetivos mas convincentes contrarios a la penosa acusación
son suficientes para poner fin al tormento del sujeto, tormento que constituye
a veces una expresión patológica del duelo por la muerte y que va atenuándose
con el tiempo.
La investigación psicoanalítica de estos
casos nos ha revelado las razones secretas de tal sufrimiento. Hemos
descubierto, en efecto, que tales reproches obsesivos no carecen hasta cierto
punto de justificación. No quiere esto decir que la persona de que se trate sea
realmente culpable de la muerte de su pariente o haya cometido alguna
negligencia para con él, como el reproche obsesivo pretende hacerle creer.
Significa únicamente que la muerte del
mismo ha producido la satisfacción de un deseo inconsciente del sujeto, que si
hubiera sido suficientemente poderoso hubiese provocado dicha muerte. Contra este
deseo inconsciente es contra lo que el reproche reacciona después de la muerte
del ser amado.
En casi todos los casos de intensa
fijación de un sentimiento a una persona determinada hallamos tal hostilidad
inconsciente disimulada detrás de un tierno amor. Trata eso de la clásica
ambivalencia de la afectividad humana. “quien bien te quiere, te hará llorar”.
Esta ambivalencia es mas o menos pronunciada según las personas. Normalmente no
suele ser lo bastante fuerte como para provocar un reproche obsesivo. Pero en
el caso que alcance un grado muy pronunciado se manifiesta de manera
pronunciada hacia las personas queridas. A veces suele ser el detonante de la
aparición de un trastorno obsesivo compulsivo.
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