Un paciente deprimido acude a consulta solicitando ayuda. Refiere que tras la muerte del padre, acontecida hace un año, comenzó a sentirse triste, hasta perder su capacidad de disfrute e ilusión por la vida. Todo ello contribuyó a que perdiera su trabajo y desde hacía ocho meses, no era capaz de trabajar, bien por apatía y por ser rechazado en todas las pruebas de selección.
El hecho de que una persona (hombre o mujer ) adquiere a consecuencia de la muerte de su padre una depresión melancóica y una inhibición de la capacidad del trabajo, no es nada extraordinario. Deducimos de ello que el sujeto se hallaba tiernamente ligado a su padre por un intenso amor filiar. El psicoanálisis descubre que la relación filial hijo-padre, no está formada solo y únicamente por amor. Por el contrario, la tristeza producida por la muerte del padre se transformará tanto más fácilmente en melancolía y depresión cuanto mas ampliamente se hallara la relación filial bajo el signo de la ambivalencia afectiva. Dicha ambivalencia es la suma del amor, el odio y el temor al padre, sentimientos que tienen su origen durante la relacion paternofilial natural, junto a factores accidentales que quedan arraigados a dicha relación. La incapacidad para trabajar y ganarse el sustento posteriormente a la muerte del padre, tiene su origen en una nostalgia del padre como protector ante sus necesidades de la vida junto a un remordimiento inconsciente y un autocastigo eficaz. En la naturaleza del Complejo de Edipo, hallamos la solución a la depresión melancólica por la muerte del padre. El niño mantiene una actitud cariñosa hacia su madre y ambivalente hacia el padre, el cual, es el origen de los celos infantiles y de su rivalidad. Al padre se le ama porque es dador de ley, puede ser el sustento de la familia pero a la vez se le puede llegar a odiar por la existencia de celos inconscientes, pues hay algo que solo a él le es reservado en la relación con la madre. Para un niño, un grado de maduración es llegar a aceptar al padre como origen de su vida y como protector de la misma. El odio, desencadenado por los celos, desencadena deseos ambivalentes el mismo, sentimientos de los cuales, una vez fallecido el padre, cobran fuerza y si en algún momento del desarrollo, el niño sintió el deseo de perder al padre de vista, tras la muerte, dicho deseo infantil se satisface, por lo tanto, ante la muerte del padre, siempre hay tristeza pero alegría inconsciente. La culpa y el remordimiento por la satisfacción de dicho deseo, es el desencadenante de la depresión, que no deja de ser mas que un castigo por la existencia de deseos ambivalentes. Según como el niño haya resuelto su complejo de Edipo, así será la relación con su padre: mas amorosa o mas odiosa. Cuando es amorosa, la pérdida se elabora fácilmente pero cuando hacia el padre existía un odio o unos celos inconscientes, la pérdida puede desencadenar una depresión, la cual, esconde el sentimiento de culpa por la satisfacción de un deseo infantil: la muerte del padre para quedar en posesion exclusiva de la madre.