Lo que en el sentido más estricto se llama felicidad, surge de la satisfacción, casi siempre instantánea, de necesidades acumuladas que han alcanzado elevada tensión y de acuerdo con esta índole sólo puede darse como fenómeno episódico. Toda persistencia de una situación anhelada por la persona, su satisfacción sólo proporciona una sensación de tibio bienestar, pues nuestra disposición no nos permite gozar intensamente sino el contraste, pero solo en muy escasa medida lo estable. Así nuestras facultades de felicidad están ya limitadas en principio por nuestra propia constitución. En cambio nos es mucho menos difícil experimentar la desgracia. El sufrimiento nos amenaza por tres lados:
o Desde el propio cuerpo condenado a la decadencia y a la aniquilación, que no puede prescindir de los signos que representan el dolor y la angustia.
o Del mundo exterior, capaz de encarnizarse en nosotros con fuerzas destructoras omnipotentes e implacables.
o De las relaciones con otros seres humanos. El sufrimiento que emana de esta fuente quizás sea el más doloroso que cualquier otro.
o La satisfacción ilimitada de todas las necesidades, se nos impone como norma de conducta mas tentadora pero significa preferir el placer a la prudencia y a poco de practicarla se hacen sentir sus consecuencias.
o El aislamiento voluntario, el alejamiento de los demás es el método de protección más inmediato contra el sufrimiento susceptible de originarse en las relaciones humanas.
o En ciertas sustancias aún llevan la culpa de que se disipen estérilmente cuantiosas magnitudes de energía que podrían ser aplicadas para mejorar la suerte de la persona. ( .... )
Cuando falta una vocación especial que imponga una orientación imperativa a los intereses vitales, el trabajo puede desempeñar esta función. Es imposible considerar adecuadamente en una exposición concisa la importancia del trabajo en la vida de las personas. Ninguna otra técnica de orientación vital liga al individuo tan fuertemente a la realidad como la acentuación del trabajo que por lo menos lo incorpora sólidamente a una parte de la realidad, a la comunidad humana. La posibilidad de desplazar al trabajo y a las relaciones humanas con él vinculadas una parte muy considerable de los componentes narcisistas, agresivos y aún eróticos de la energía psíquica, confiere a aquellas actividades un valor que nada cede en importancia al que tienen como condiciones imprescindibles para mantener y justificar la existencia social.
La actividad profesional ofrece particular satisfacción cuando ha sido libremente elegida, es decir, cuando permite utilizar, mediante la sublimación, inclinaciones preexistentes y tendencias instintuales evolucionadas o constitucionalmente reforzadas. No obstante el trabajo es menospreciado por el hombre como camino a la felicidad. No se precipita a él como a otras fuentes de goce. La inmensa mayoría de los seres solo trabajan bajo el imperio de la necesidad y de esta natural aversión humana al trabajo se derivan los más dificultosos problemas sociales.
La felicidad considerada en el sentido limitado, cuya realización parece posible, es meramente un problema de la manera de pensar de cada individuo. Ninguna regla al respecto vale para todos. Cada uno debe buscar por sí mismo la manera en que pueda ser feliz. Todo depende de la suma de satisfacción real que pueda esperar del mundo exterior y de la medida en que se incline a independizarse de éste. Por fin, también de la fuerza que se atribuya a sí mismo para modificarlo según sus deseos. Ya aquí desempeña un papel determinante la constitución psíquica del individuo, a parte de las circunstancias exteriores. El ser humano predominantemente erótico antepondrá los vínculos afectivos que lo ligan a otras personas; el narcisista, inclinado a bastarse a sí mismo, buscará las satisfacciones esenciales en sus procesos psíquicos íntimos; el hombre de acción nunca abandonará un mundo exterior en el que pueda medir sus fuerzas.
La sabiduría nos aconseja no hacer depender toda nuestra satisfacción y felicidad de una única cosa o persona, pues su éxito jamás es seguro; depende del concurso de muchos factores y quizás de ninguno tanto como de la facultad del aparato psíquico para adaptar sus funciones al mundo y para sacar provecho de éste en la realización del placer. ( .... )
Sigmund Freud.
sábado, 14 de febrero de 2009
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