Para entender la intolerancia que
sentimos hacia las personas, debemos remontarnos a los orígenes de la formación
del aparato psíquico. Freud nos dice que a las personas las vemos como rivales,
compañeros u objetos amorosos.
El niño cuando nace, debido a su
prematuridad, depende absolutamente de la figura materna, siendo esta quien le
cuida hasta el extremo de evitar que muera. Es evidente que esta relación de
dependencia extrema con la madre, genera
en la mente del niño un sentimiento de posesión que luego observamos en calidad
de celos cuando aparecen en escena la
figura del padre o de los hermanos.
Estos celos en el niño son la causa de
sentir al padre o a los hermanos con rivales. Se ha dado cuenta que ya no está
solo y que a parte de él, la madre tiene otros intereses como son el padre u
otros hermanos.
Los celos en el adulto, no dejan de ser
una expresión de los celos infantiles. El sentimiento de posesión hacia las
personas no deja de ser la manifestación del sentimiento de posesión
inconsciente que se tiene hacia la madre. De ahí, que la intolerancia a los
otros viene cuando los vemos como rivales o simplemente como diferente a
nosotros.
Tolerar que el otro es diferente a mi y
yo soy diferente al otro, es aceptar que a parte de la madre, hay padre,
hermanos y mundo. Hasta que no nos psicoanalicemos, no sabremos las
consecuencias que ha tenido sobre nosotros ese momento crucial de los celos
donde de niños sentimos al padre, al mundo como causantes o responsables de una
separación no deseada. El malestar, el enfado, la irritabilidad en el carácter
de muchas personas que viven enfrentadas al mundo, donde todo lo viven como
atentados personales, no deja de ser la manifestación de algo que se nos repite
pero que no logramos recordar. Hablamos de la existencia de deseos
inconscientes que aun queriendo satisfacerlos, sabemos que no podemos. La
intolerancia tiene que ver con la no aceptación. Intolerante es aquel que no
sabe ceder ante lo que le conviene. No se trata de decir ni que sí a todo ni
ceder. En todo caso sería quedarnos con las virtudes de los otros en vez de lo
neurótico que tiene. Neuróticos somos todos, entendiendo por tal aquellas
partes del carácter de la personalidad que nos genera malestar y que no nos
hace sentirnos cómodos frente al mundo ni frente a nosotros mismos.
Para tolerar al otro, primero tengo que
renunciar a mi egoísmo personal. Y una vez renunciado, entro en la circulación
general. Si entendemos que el hombre posee un instinto gregario, que le lleva a
agruparse con otros, tolerar a las
personas sería del orden de hacerme tolerar a los otros. Si mi carácter es
egoísta, soberbio, incapaz de ceder, etc… difícilmente me haré tolerar a los
otros. Y una persona intolerante consigo misma, genera intolerancia en lo
otros. Funcionamos como si fuéramos un espejo. Lo que proyecto es lo que soy y
la respuesta de los otros hacia mi forma de ser, no deja de ser la proyección
de los aspectos neuróticos de mi manera de ser sobre el mundo.
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