La navidad produce un
estado general de tristeza y melancolía en todos los seres humanos. Por un
lado, nos enfrentamos al encuentro con la familia y con los recuerdos. La
navidad es una fecha vivida en la infancia como algo por lo general bello. Las
luces, los regalos, la cena, el ambiente festivo hace que dicha fecha sea para
todos nosotros, cuando somos niños, una fecha especial. La navidad, año tras
año, se repite. Nos encontramos con el ambiente navideño, la cena familiar, la despedida
de año. Es algo que se repite año tras año con la diferencia que algún año,
falta alguien querido y eso produce marca. Los humanos recordamos, vemos que
nuestras primera navidades tenían ese encanto mágico que ahora, cuando falta
alguien nos hace ver y sentir dicha falta. No hay nada mas conclusivo que el
fin de año. Por mucho que nos resistamos al paso del tiempo, las fechas
navideñas son indicativas de que un año acaba y otro comienza. Hablan por lo
tanto de un fin y de un comienzo. Una rueda que año tras año no para y no
parará mientras halla sobre la tierra un último ser humano.
Ese final y ese
comienzo, nos hace recordar de manera inconsciente que habrá unas navidades
donde el padre, la madre, un hermano ya no estará. Sin embargo, la tristeza que
esto produce no tiene comparación con la tristeza futura que sentimos cuando
sabemos que habrá una navidad donde uno mismo ya no estará. No volverá a ver
las luces navideñas, ni oirá villancicos. No podrá prepararse para recibir con
las doce campanadas el nuevo año porque ya no estará. Y de esta reflexión
surgen el sentimiento de “no me gustan las navidades” porque anuncian no solo
la venida de un año nuevo, sino la finalización de otro. Y en este ir y venir,
la vida se nos pasa a las personas. Toda tristeza, toda melancolía siempre es
no solo por las pérdidas pasadas, sino por la pérdida de mi mismo futura.
Reconocernos como humanos siempre es doloroso, porque implica lo bello que es
vivir pero implica el hecho de morir. Nadie quiere morir, es lo que he comprobado
en todos mis años como especialista. Nos resistimos a ello y no lo admitimos.
Pero no podemos luchar con lo que en nosotros es garantía como humanos. Somos
deudores de una muerte a la naturaleza por el hecho de haber nacido. El
psicoanálisis enseña a las personas a llevar la vida y el peso de su muerte
futura, ayudándole a aceptar lo que por naturaleza nos corresponde. Todo
aquello que hacemos para complicar nuestra vida, no deja de ser una desviación
de aquello que nos perturba: el final de nuestra vida.
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