El desarrollo emocional del niño, pasa por el llamado Complejo de Edipo. Dicho complejo lo padecen los niños y las niñas y es el fundamento de lo que serán las futuras relaciones de pareja y personales. Su resolución pasa por diferentes fases. En un primer momento, tanto el varoncito como la hembra, la ligazón afectiva es con la madre. Una vez que el infante se da cuenta que la figura del padre guarda relación con él y con la madre, aparecen los celos, que serán el fundamento de la agresividad, del odio y de las tendencias tanto sádicas como masoquistas. Los celos en el varón hacia el padre se producen cuando reclama la atención de la madre y esta no acude inmediatamente a la llamada, bien porque está con el padre o bien porque algo le ocupa. Esto hace que el niño tenga hostilidad hacia la madre y odio y agresividad hacia todo aquello que a la misma le quita la atención sobre él mismo. El padre, es por tanto la figura mas conflictiva para el niño varón, porque con el tiempo, se da cuenta que hay algo de la madre que le está reservado exclusivamente al padre. Ante este hecho, al niño no le quedan mas que dos soluciones: o aceptar al padre o rechazarlo. Aceptarlo supone un orden de civilización, pues de esta manera al aceptar la pertenencia de la madre al padre, a él le queda abierto el mundo de la heterosexualidad. Sin embargo, cuando el niño rechaza al padre y no acepta la relación con la madre, nos encontraremos en el futuro a un varón que compite con los hombre, rivaliza con los mismos y hasta muestra rasgos de hostilidad y agresividad hacia los mismos. Y con respecto a la mujer adaptará una modalidad negativa: las despreciará porque toda mujer le recordará la infidelidad de su madre con su padre. Lo bueno que tiene el psicoanálisis es que desde la edad adulta se puede reconstruir esta situación del pasado y poner a favor del mundo, de los hombres y de las mujeres. En la renuncia al Complejo de Edipo, se encuentra la civilización.